"Perdonad la inmodestia, pero fui única en mi género. Los críticos decían que rompía la ley de la gravedad, porque me salía del trapecio”.- Pinito del Oro

No le gustaba el circo y tenía miedo del público. Físicamente fue una niña frágil y débil hasta el punto de que su familia circense, es decir, su familia, tenía más que claro que ella no servía para el oficio.  La madre, harta de las caídas y las muertes de sus hijxs, era la única que no quería que se dedicara al circo. La animaba a estudiar, la apoyaba y mimaba. Pero una vez aceptado su destino, lo consiguió todo en su profesión. Hasta Volar sin Red. 

María Cristina del Pino Segura Gómez nació el 6 de noviembre de 1931 en Las Palmas de Gran Canaria, en el circo que había creado su padre después de convivir una época con unos titiriteros. Fue la menor de 19 hijxs, de los que solo 7 sobrevivieron. Todxs trabajaban en el circo, que era el sustento familiar. Al ser la más pequeña, y al parecer sin muchas dotes para el espectáculo, su madre creyó que podría alejarla de esa vida errante y la animaba a estudiar. De hecho, cuando paraban en algún pueblo, la metía en la escuela para que aprendiera. Después, había que colaborar pero “Yo nunca serví para hacer nada del circo. Hacía de taquillera y así aportaba algo”. Un día estaba por allí enredando encima de un alambre, y por casualidad se mantuvo y hasta dio unos pasos. Su padre lo aprovechó y en seguida le encargó unas zapatillas y la hizo alambrista. El día de su debut fue muy triste porque su madre, que siempre la había apoyado, estaba muy enferma y no la pudo acompañar. La actuación fue buena.

Al día siguiente moría su madre. Cristina tenía tan solo 11 años y se encontró sola y perdida en ese mundo extraño que es el circo. Fue una etapa muy dura para ella, y fue entonces cuando se dio cuenta de que su destino sería el circo, de que no había otra profesión posible para ella. En 1943 dos de sus hermanxs murieron en un accidente de carretera, precisamente los que sustentaban los números más importantes.  Una era Esther, la encargada del trapecio. Y Cristina se vio en la necesidad de encargarse de esta disciplina. Su padre la enseñaría, y poco a poco consiguió dominarlo hasta convertirse en una especialista. El entrenamiento consistía en ensayar duramente unas cuatro horas diarias y en comer poco para mantener el peso adecuado. Quiso demostrar a todxs que valía. Para ello intentaba dar un aire más moderno y peligroso a lo que su padre, que cada vez la valoraba más, le enseñaba. Por ello no utilizaba red.  “Quizá dentro de unos años aparezca alguien que haga lo mismo que yo y aún lo supere. Sin embargo, es difícil, porque para hacer esto se necesita un buen profesor que lo haya hecho. A mí me lo enseñó mi padre.”

Ya con el nombre artístico de Pinito, por la patrona de su tierra canaria, la Virgen del Pino, y del Oro porque ella sería mejor que otra famosa trapecista Rita de Plata, había conseguido tal nivel de perfección en el trapecio, que tras verla actuar, el representante para Europa del Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus la quiso fichar para llevarla a  EEUU. Al ser  menor de edad, decidió casarse con el novio que tenía, para poder emanciparse de su familia y salir de esa España pobre y atrasada. Había trabajado mucho como para perder esa oportunidad, así que cuando le llegó el contrato un hijo no estaba en sus planes, y para poder dedicarse en exclusiva al trapecio decidió abortar. Más tarde tendría un hijo y una  hija. 

Así que fue a vivir con su marido a Nueva York y  trabajó en el Ringling durante doce años. ​"Me casé con él porque quería salir de España a cumplimentar un contrato, pero si he de ser sincera el matrimonio nunca fue bien. En aquella época, en los años cincuenta, la mujer no valía nada. No teníamos derechos y debían autorizarnos para poder viajar. Él llegó a pensar que sin él yo no sería nada, y la verdad es que, ya retirada, vinieron, me tentaron, volví al trapecio y triunfé de nuevo. Y sin él". 

Norteamérica en 1950 era una gran potencia, al contrario que los países de Europa que habían quedado arrasados por la Guerra. Allí se hizo tan famosa que llegó a ser portada del New York Times, Vogue y otras publicaciones. Nunca olvidó su primera actuación en el Madison Square Garden, “Con unas 16.000 personas y mi trapecio a unos 14 metros de altura. Me entró ese miedo que te entra por la espina dorsal. Salí acompañada de sesenta muchachas que hacían pasos de ballet y se subían a 60 cuerdas mientras yo ascendía por el trapecio. Altas, delgadas, con capas de plumas. Aquel vestuario era como un cuento de hadas”. En los inviernos, iba a actuar a La Habana, Alemania, Francia, Suecia etc. En 1956, vino a España para actuar en el Circo Price, y triunfó de una forma tan apoteósica que lo siguió haciendo como invitada recurrente hasta 1958. Pese a ser conservadora, después de haber vivido en EEUU, le chocó lo retrógrado de la Península en muchos aspectos "Así que en ABC me censuraron: me sombrearon el escote y me pusieron dos sellos en las ingles. España estaría muy bien sin los españoles, sin sus atavismos; y la culpa de todo la tiene la Iglesia".

Como Pinito del Oro actuaba sin red, modalidad de máximo riesgo, sufrió tres caídas casi mortales “La primera en Huelva. Me fracturé la base del cráneo y estuvieron a punto de hacerme la trepanación. Permanecí siete días en coma. La segunda fue en Nueva York, me hice daño en una rodilla, con derrame sinovial. La tercera en Suecia, donde me fracturé la mano izquierda y la mejilla derecha. En el párpado derecho se me abrió una herida de siete centímetros y por poco pierdo el ojo. Al caer del trapecio tropecé con el bordillo de la pista”. Ante la extrema gravedad del último accidente, decidió retirarse en 1960, volcándose con el turismo de Canarias, su tierra, donde abrió el Hotel Pinito del Oro. 

Ocho años después. el circo Price la tentó para que volviera, como estable e itinerante. Coincidió con su separación matrimonial y quiso demostrarse a sí misma que podía conseguir el triunfo sin su marido, que era el que le sujetaba la escalera cuando subía al trapecio y la recogía cuando saltaba. “Quería demostrarme que continuando sola y viajando sola, seguía siendo Pinito del Oro”.

Dos años después se retiró definitivamente. En abril de 1970 hizo la última función en el Price antes de su demolición. Quiso hacerlo en el apogeo de su carrera, en el circo en el que tantos triunfos cosechó. Un día después fallecía su padre y maestro.

Aunque la vida circense le impidió estudiar,  estuvo siempre en contacto con los libros. "Tengo ahí novelas de Tolstoi, Dostoievski, de una peseta. Escribía mis cuentecitos, poesías, cartas de amor: se me daba bien la escritura”. De hecho, la segunda pasión de la canaria era la literatura, y una vez retirada, con tiempo libre, lo dedicó más a escribir. Escribió varios artículos para la prensa local, así como libros sobre circo, una autobiografía, y las novelas: Nacida para el circo, La víspera y El italiano.  Y no se le daba mal, ya que participaba en certámenes literarios y ganó alguno. Quien la conoció sabe que no era una persona alegre y que escribir le ayudaba a plasmar su sufrimiento. Siempre tímida, muy sensible, mirada triste, aire melancólico…

Ya más mayor quiso retirarse de la vida pública. "No es nostalgia, es la necesidad vital de estar en soledad. Ni estoy triste, ni deprimida, lo que estoy es muy lúcida, así es que no me apetece acudir a fiestas, ir de jurado a los actos a los que cordialmente me invitan, en fin, tener notoriedad social. Es momento de pasar al anonimato. No es más".

Tiene numerosos premios en su haber, los más destacados el Premio Nacional del Circo en 1990, la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes en 1998 y en 2017 recibió la Medalla de Oro de Canarias y declaró "Solo me he sentido feliz en el trapecio. En lo artístico he triunfado, lo logré todo; en lo personal el balance no es tan positivo”.

​ Segura falleció  poco después, el 25 de octubre de 2017 en Las Palmas de Gran Canaria, a los 86 años, a causa de una caída, la operaron, pero surgieron complicaciones. Nunca nadie ha igualado sus técnicas, su legado ha sido insuperable. "No me importaría repetir mi vida".

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