Quería ser una estrella y, a pesar de los múltiples obstáculos que ha tenido que salvar, la vida le ha respetado y le ha concedido el tiempo y la serenidad necesarios para reflejar sus inquietantes pesadillas en esas obras de trazos infinitos, que hacen que, a día de hoy, sea la artista viva más reconocida, admirada y cotizada del mundo, incluso representando el Pop Art, movimiento de vanguardia del siglo pasado. El quien algo quiere, algo le cuesta elevado a la enésima potencia.
Yayoy Kusama nació en 1929 en Matsumoto, Japón, en una familia acomodada
de vendedores de semillas. Parece que ya desde su infancia, todo el mundo se
esforzaba por desorbitarla: su padre era un mujeriego, y su madre la utilizaba
para que le espiara. Luego, para soltar sus frustraciones y desahogarse, la pegaba.
Durante la Segunda Guerra Mundial, fue testigo de los bombardeos de Hiroshima y
Nagasaki, en 1945. Una acumulación de
hechos traumáticos de este calibre sumados a una predisposición genética,
probablemente colaboraron al desarrollo de unas perturbaciones mentales que hoy todavía le persiguen.
Desde pequeña mostró interés por el arte, o acaso era necesidad de representar todo ese mundo interior que la atormentaba.
Cuenta que iba a los campos de cultivo de semillas y se sentaba entre las
flores a dibujar sus alucinaciones. “Pensaba que solo los humanos podían hablar,
así que me sorprendió que las violetas estuvieran usando palabras. Estaba tan
aterrorizada que las piernas empezaron a temblarme”. Veía flores rojas que se salían
del mantel y la perseguían. Más tarde plasmaría esto en sus Infinity Rooms.
Durante la Guerra, cuando tenía 13 años, fue reclutada para trabajar en una
fábrica de confección de paracaídas y uniformes militares. Pero nunca se
desvinculó de la pintura. Así que, cuando cumplió los 19 años fue a estudiar
arte japonés a Kyoto. Esa técnica
tan académica no era lo suyo y empezó a interesarse por las Vanguardias
americanas y europeas, que en Japón no tenían ningún éxito. Como necesitaba huir y quería triunfar, en 1957 decidió ir a
Nueva York. Tenía 28 años, y siguiendo el
consejo de Georgina O`Keeffe, una amiga por correspondencia, pateaba las calles
de la Gran Manzana con un cuadro de varios metros bajo el brazo, para mostrarlo
en audiciones de artistas jóvenes pero “No
me cogieron, volví caminando y dormí dos días. Quería morirme”. Tuvo que ser
hospitalizada varias veces por agotamiento. Cuenta en su autobiografía,
Infinity net, que al principio tenía que sobrevivir con restos de comida que
recogía de la basura. “Sufría a menudo una angustia que era como tener los
huesos ardiendo”. Trabajó sin descanso en una gran urbe dominada por hombres,
que no se lo ponía nada fácil a una mujer, sola y asiática. Pero estaba
decidida a triunfar, e inasequible al desaliento, pintaba cuadros grandes de
flores, lunares o calabazas con pinceladas de un solo color. Elegía un patrón y
lo repetía hasta la saciedad. Sus cuadros eran una representación obsesiva de
lo que pasaba por su mente.
Se identificó de lleno con el 'flower power' del movimiento hippie de los 60.
Así empezó a triunfar, sus performances artísticas se hicieron famosas, en
Central Park, en el puente de Brooklyn o
en el MoMA. A través de anuncios en los
periódicos convocaba a la gente y, una vez allí, como si fueran su lienzo,
pintaba sus cuerpos desnudos con lunares brillantes. Vendió diseños de moda
con lunares para una boutique, y hasta ofreció servicios sexuales a Richard Nixon
a cambio del alto el fuego en la Guerra de Vietnam. Estos actos
provocativos hicieron que aumentara su fama, y fuera un referente de los
movimientos vanguardistas, pero tan solo sus amigxs le compraron alguna obra. Se comenta que en aquel momento era más
importante que Andy Warhol, que de hecho ella fue la que lo influyó a él,
creadora del movimiento Pop Art, de lo psicodélico y pionera del arte
feminista. “Fue Warhol antes que Warhol”.
En 1966, participó en la Bienal de Venecia sin estar invitada. Se plantó en
el exterior del recinto con la obra “Jardín de Narcisos”, especie de Infinity Room con cientos
de bolas de espejos, que vendía a 2 dólares, hasta que fue desalojada. Este
atrevimiento le abrió puertas en galerías de Alemania y Holanda. Lxs que
compraron su bola, ahora tienen un objeto de coleccionista. Todo el tiempo
conviviendo con su enfermedad mental, controlándola para seguir su camino.
Sin embargo, en los 70, cambiaron las tendencias culturales en Nueva York, Kusama estaba cansada
y deprimida por el tremendo esfuerzo que le suponía mantenerse. Además, murió su compañero sentimental Joseph Cornell, con el que mantenía una relación
platónica “A él no le gustaba el sexo y
a mí tampoco, así que no tuvimos sexo”.
Yayoi se intentó suicidar por primera vez y decidió volver a Japón en 1973
antes de tocar fondo. Una vez allí, se recluyó
voluntariamente en un hospital psiquiátrico, donde permanece. Comenzó a
escribir para sacar los fantasmas de su cabeza: novelas, historias
cortas, poesías desgarradoras y surrealistas. "Si no fuera por el arte, yo
me habría quitado la vida hace mucho tiempo."
“Hago mis obras para sobrevivir al dolor, al deseo de muerte; pero luego el
dolor vuelve a mí una, y otra, y otra vez. Sigo, todavía, en ese proceso de
repetición. Pero voy a mantenerme luchando, y voy a darme cuenta de que la
lucha terminará, en un instante: sólo cuando me llegue la muerte. Ahora que el
arte es lo único para mí, aunque esté en la última etapa de mi vida, quiero
vivir para siempre”.
Sigue exponiendo por los museos de arte modernos más importantes del mundo y concediendo entrevistas, además de llevar a cabo una estupenda campaña de marketing. Gracias a ello es conocida y seguida por lxs instagramers más famosxs. En 2018 le hicieron una película documental, que se estrenó en Sundance.
En resumen, aunque aislada, no permanece ajena al
mundo exterior, y en 2020,dedicó un poema al coronavirus: “… En medio de
esta amenaza histórica, un breve estallido de luz apunta al futuro/ Al COVID-19
que se interpone en nuestro camino/ Le digo que desaparezca de esta tierra/
Lucharemos/ Lucharemos contra este terrible monstruo/ Ahora es el momento de
que la gente de todo el mundo se ponga de pie/Mi profunda gratitud a todos los
que ya están luchando”.
Madre mía, con 91 y todavía en activo, se la compara con Andy, pero yo encuentro que podria ser más bien cómo vangoh, el arte, siempre fuente de libertad, imaginación y sanación, lástima que sólo se valoren tus obras postmorten, absurdos de la vida....
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