La elegancia, la expresividad y el talento le venían de serie. Aprendió la técnica con lxs mejores y con ellxs perfeccionó y desgranó la pureza del ballet, que consiguió dominar en cuerpo y alma. Logró convertirse en uno de los símbolos indiscutibles de la danza clásica, en “prima ballerina assoluta” del Bolsói. Muchas que vinieron después intentaron imitarla, ninguna lo ha conseguido hasta ahora.
Maya Plisétskaya nació en Moscú en 1925 en el seno de una familia judía. Su
padre era ingeniero de minas y
diplomático, un fanático del ballet. Su madre
actriz de cine mudo. Plisétskaya se
inició en el baile a los tres años. Le tocó vivir durante la época de Stalin,
y a los 13 años experimentó en sus
propias carnes las purgas del régimen,
con la ejecución de su padre primero y
la deportación de su madre y una hermana a un Gulag en Kazajstan después. Fueron
años muy duros para ella, quien junto
con su hermano pequeño, quedó a cargo de una tía materna, bailarina profesional
en el Bolsói, gracias a la cual ambxs encontraron en el ballet refugio y
consuelo, y aprendieron a dominar la técnica como nadie. Muy pronto Maya empezó
a sobresalir en la escuela del emblemático teatro, donde se forjaron las
estrellas del ballet ruso y al que se asocian los nombres de los compositores rusos
más destacados como Chaikovski, Músorgski o
Rimski-Kórsakov.
Ella misma declara “Mi familia era burguesa, nunca nos faltó dinero, ni comodidades, ni una casa bien
puesta. Así que desde niña me crie en ese mundo. A los dieciséis años me presenté en "El lago de los
cisnes", y, desde ese momento, nunca necesité agotarme para lograr el
éxito”.
A los dieciocho años ya era primera bailarina de ese ballet. Su primera
representación La muerte del cisne. La
magia de su interpretación de Odile,
distinta, dinámica y vigorosa no dejó
indiferente a nadie, y se convirtió en una de sus actuaciones más
aclamadas a lo largo de toda su carrera. “Nunca bailé algo que no me gustara.
Si unx cree que hace sacrificios, lo mejor sería recomendarle que se dedique a
otra cosa. Si unx quiere disfrutar, que se siente a tomar una cerveza”.
Aunque el gobierno ruso le prohibió
durante dieciséis años salir del país de gira
por ser la hija de un “enemigo del pueblo”, no tuvo ningún reparo sino
todo lo contrario, en agasajar con las actuaciones de Maya a los gobernantes de
otros países que visitaban la entonces Unión Soviética. Ironías del destino. A ella tampoco le
importó “La política no me interesa. Una bailarina tiene tan poco que ver con
la política...”.
Poco a poco se fue convirtiendo en
una bailarina única, con un estilo propio. Supo combinar a la perfección su gran talento con una técnica inmejorable, su elegancia innata con unas excelentes dotes interpretativas. Lo
que la llevó a convertirse en exponente de la danza clásica y a ser reconocida
como la más arrolladora desde Ana Pavlova.
“Yo no me parezco a nadie. ¿Sabe cuál es la cosa más hermosa del mundo?
Para mí, no parecerse a nadie, ser un individuo diferente de todos los otros
individuos. Ningunx de nosotrxs se parece a otrx. Ningunx. Y si al mundo le
quitamos la tranquilidad de que somos todxs diferentes e insustituibles, no nos
queda nada. O solamente sentiría un aburrimiento infinito”.
A la muerte de Stalin en 1956, Khrushchef
inició la desestalinización y la apertura al exterior de la URSS. No le
quedó más remedio que rendirse a la evidencia, ante el éxito rotundo de la
interpretación de Maya en El Lago de los
cisnes y le consintió viajar al extranjero con el Ballet Bolsói, como
embajadora del país y para demostrar al
mundo que los soviéticos tenían grandes talentos. Visitó Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia
o Argentina, interpretando una extensa
gama de personajes, y rompiendo lo convencional del ballet clásico de la Unión
Soviética para incorporar la danza
moderna. “Me parece que el pueblo norteamericano se asemeja mucho al pueblo
soviético: el mismo entusiasmo, la misma cordialidad, la misma admiración por
quien hace bien una tarea, la misma seriedad en el trabajo. Hasta tienen la
misma manía de llegar a la luna.”
En 1959 se casó con el compositor alemán Schedrin, que se convirtió en el
autor de muchos de sus ballets y de adaptaciones de algunas obras clásicas para
ella. Estuvieron juntxs toda la vida y constituyeron una pareja sólida en el
mundo del arte. “O lxs niñxs o la profesión. Preferí mi profesión. Todo el
mundo puede tener hijxs, pero no todxs pueden bailar”.
A los 65 años abandonó los escenarios, pero no el mundo de la danza. En
1987 aceptó la dirección del Ballet Clásico Nacional de España y solicitó la
nacionalidad española. Desde 1994 hasta
su muerte presidió en su país una competición de danza anual que lleva su
nombre. En 1996 la nombraron Presidenta del Ballet Nacional Ruso. Dirigió
también el Ballet de la Ópera de Roma En 2005 recibió el premio Príncipe de
Asturias de las Artes y el Premio Imperial de Japón un año después. “Soy muy sensible al
arte. Si no lo fuese, ¿cree usted que iba a destrozarme en un oficio cruel como
el mío? Un oficio sin futuro, sin piedad. Dura hasta que duran los músculos,
mientras el corazón anda bien. Cuando los músculos se aflojan, el corazón se
debilita y todo termina para nosotrxs. Si una es famosa o afortunada puede
convertirse en coreógrafa, en profesora de una escuela de danza; pero en la
mayor parte de los casos no queda otro recurso que encargarse del guardarropa;
es increíble cuántas encargadas del guardarropa fueron bailarinas. Hace
casi treinta años que bailo y no he dejado una sola mañana de consagrar tres
horas y media al ejercicio. Ni siquiera cuando estaba de vacaciones, Ni aun
cuando estaba enferma. Verdaderamente, por este oficio lo he sacrificado todo.”
Falleció en Alemania a los 89 años de un ataque al corazón. “Estoy
agradecida al destino. Aprendí el trabajo que quería, actué, se hicieron
coreografías para mí, no necesité morirme de hambre. El único interés de la
vida es la vida misma".
Somos únicos e irrepetibles, como siempre, me ha encantado el artículo, un besote!!
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